Toda forja de emprendimiento está intrincada en una trama de factores, algunos más tangibles como la inversión monetaria y otros apenas perceptibles, pero igualmente críticos, como el capital humano.
El capital humano, término que nos suena retórico y que procede de la economía del bienestar, se expresa en la competencia, habilidades y el inapreciable potencial de innovación que cada individuo puede llevar a su puesto de trabajo. En la panoplia empresarial, el capital humano siempre ha tenido un enorme valor, pero en la jerga de la start-up, este valor se multiplica ad infinitum. Aquí, cada individuo forma un mosaico diverso y vibrante que impulsa la creación y el crecimiento.
Abarrota la mente del inversor no solo cómo va a ser utilizada su inversión monetaria, sino también cómo el talento dentro de la start-up va a ser aprovechado. Los inversores buscan indicadores de que cada peón en este tablero de ajedrez empresarial funciona en perfecta sincronía, desplegando sus habilidades y aptitudes únicas hacia el objetivo común de acelerar el crecimiento de la start-up.
Una start-up puede tener una idea innovadora, una ruptura radical de cómo se hacen las cosas. Pero sin el capital humano adecuado, puede permanecer como un desenfocado sueño utópico. Un equipo fuerte, versátil y comprometido es la piedra filosofal que transforma estos sueños en una prolongada realidad. El equipo es la savia vital que mantiene con vida el entramado empresarial incluso en los tiempos más desafiantes.
El inversor avizor, por tanto, no sólo debe evaluar la idea de negocio o la atracción del mercado, sino también la cadena humana que le da vida. Invertir en start-ups, por lo tanto, es mucho más que colocar dinero en una idea prometedora. Es una inversión en el caleidoscopio humano, que tiene el potencial de mutar una semilla de idea en un floreciente jardín de éxito y beneficios.
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